Parece que fue ayer cuando en ese mismo escenario Rodolfo Torre Cantú era vitoreado por los militantes priístas cuando rendía protesta como candidato a la gubernatura.
Parece que fue ayer, cuando en ese mismo escenario Rodolfo Torre Cantú recibía aplausos y gritos de aliento por sus seguidores cuando era elegido por los delegados de su partido candidato a la gubernatura.
Parece que fue ayer cuando en ese mismo escenario se pintaba de rojo, blanco y verde para darle la bienvenida a Rodolfo Torre Cantú en varios de los eventos que ahí encabezó.
Parece que fue ayer cuando en ese mismo escenario recibía a decenas de políticos de todas las esferas y Rodolfo Torre Cantú llamaba a la unidad partidista como una de sus principales banderas de campaña.
Ese día, hace seis años, fue diferente, era el mismo escenario. El Polyforum Victoria fue escenario de otro evento que encabezaba Rodolfo Torre Cantú. Fue el mismo escenario en donde fue vitoreado, pero esa vez no hubo sonrisas, hubo lágrimas.
Fue en ese mismo escenario, recibió aplausos, pero no con el mismo sentimiento. En esa ocasión se pintó de negro, de luto, de tristeza, de dudas, de consternación, de incertidumbre, de lamentos, de exigencias.
En ese mismo escenario la clase política nacional se unió en un solo sentimiento, en una sola palabra, en un solo aplauso, en uno solo grito.
Así como él lo pidió: Unidad, pero en torno a un homenaje póstumo, en un homenaje que un día antes nadie se imaginaba.
La imagen era la misma, caras largas, caras tristes, caras húmedas por las lágrimas, caras serias, caras tristes.
Hasta el fondo, como cuando rindió protesta, en ese mismo rincón una enorme mampara, en aquella ocasión con el rostro de Torre grande, los colores verde y blanco, su nombre en letras enormes, pero con una diferencia, al lado derecho un moño negro, grande como su foto, como su nombre, como su trayectoria.
En esa ocasión, hace seis años todo fue diferente, se sentía la nostalgia. Mucha gente del pueblo se dio cita, unos iban de luto, otros con su playera con la leyenda “Rodolfo Gobernador”.
Ese día, hace seis años el cielo comenzaba a nublarse y hubo quien dijo que el cielo tamaulipeco estaba triste y se vistió de negro, aunque aún, ese cielo no lloraba.
En el Parque Bicentenario todo era silencio, pero era un silencio que se sentía profundo, en ocasiones lo rompía el sollozo de la gente que fue, de esa gente que aún no daba crédito a lo que sucedía.
Era un silencio que se rompía con el ruido de una máquina que hacía trabajos en la Torre que se construye a un lado de ese escenario que una vez más reunía a la clase política.
Prendas en color negro, porque en aquél homenaje, hace seis años, no hubo corbatas verdes, eran negras o grises, colores tristes, colores de luto, colores de dolor.
De pronto llegó una carroza se paró enfrente de la puerta, colaboradores de la campaña del homenajeado hicieron una valla y como un homenaje más, todos iban vestidos igual, sí, igual como a Rodolfo le gustaba, pantalón beige y camisa blanca, la diferencia era un moño negro en el brazo.
Minutos después bajaban de una camioneta el entonces gobernador Eugenio Hernández, su esposa, ésta última con lo ojos rojos y el rostro triste. Ahí también bajó la lideresa nacional del PRI, Beatriz Paredes, ella con su huipil en color blanca y también con la mirada triste.
Esperaron a que bajara de otro vehículo la familia del candidato. Su esposa Beba totalmente destrozada, llorando, sus hijos con lágrimas en el rostro. En las vallas había gente de todo tipo y comenzaron los aplausos.
Cuando comenzó a caminar el féretro los gritos espontáneos de la gente causaron más nostalgia: “Rodolfo, te llevamos en el corazón”, “Ánimo, Beba”, “Gracias, Doctor”.
El grito de “Rodolfo, Rodolfo, Rodolfo” parecía el mismo de otras ocasiones, pero se entrecortaba con el nudo que se hacía en la garganta de aquellos que arengaban.
Las hijas del candidato, no paraban de llorar, su hijo estaba con la mirada perdida, serio, cabizbajo. No era para menos, y más cuando el hermano del candidato, Egidio, se paró a dar unas palabras y habló del hombre de familia, del padre, del esposo, del hijo, pero sobre todo del hermano y del amigo.
Sus palabras fueron quizá las más emotivas porque provocaron el llanto de todos los presentes, era difícil no contenerse, era difícil no caer en el sentimiento de una de las personas más allegada a él.
Después vinieron las guardias de honor, pasaron toda la clase política y al final la gente que quería acercarse a aquel que un día les tendió la mano, que un día se las estrechó, sí como ayer en ese mismo escenario que hace seis años, fue muy diferente.
El adiós fue con un aplauso y con el mismo grito “Rodolfo, Rodolfo, Rodolfo” ahogado con las lágrimas y el sentimiento.
Así se vivió y así se recuerda. Caray, parece que fue ayer.
PUNTO FINAL.- Y como ayer, los tamaulipecos esperan que haya justicia.
Twitter: @Mauri_Zapata