Comienza julio y termina un mes más de espera para el cambio de gobierno en Tamaulipas. Mientras que algunos todavía sienten que es campaña, otros ya miran hacia el futuro. Bien por estos últimos, que ya preparan el terreno para las batallas por venir.
El escenario central, para los que quieren seguir en la jugada, no es ya el “quién ganó”, sino el intervalo entre la entrada del triunfador y la salida del predecesor. Y es menester en este escenario estar al tanto del movimiento del factor número uno que gana una guerra: El dinero.
Tanto es así que por ley se debe entregar a las administraciones entrantes un excedente de recursos que satisfaga las labores del último trimestre del 2016. De no hacerse así, el delito se llama “desvío de recursos”, en su fórmula tradicional.
Explica el Diputado Eduardo Hernández Chavarría, al cierre del periodo ordinario de sesiones en el Congreso, que ante el peligro de entregar cofres vacíos a la entrante administración está el escrutinio constante de las arcas referidas. El dinero público es público, se usa para las necesidades del pueblo, exclusivamente. Cualquier otro uso de estos recursos es delito.
Eso se debería tener bien en claro, y sin embargo el temor por llegar a municipios saqueados siempre es la primera duda de los recién llegados.
Por su parte, la administración estatal anunció que han cerrado sus procesos de compra para la presente administración administrativa y que lo suyo quedó en tiempo y forma, por lo que no hay de qué preocuparse.
(Nadie le vaya a hacer la maldad a Cabeza de Vaca).
Hablando del Gobernador Electo, los concesionarios del transporte público ya están haciendo fila para pedirle a Francisco Javier García que le dé su “manita de gato” a las unidades urbanas, las cuales entre los baches, los gasolinazos, el súper dólar y el perro que atropellaron el otro día, están tan maltrechas que es un milagro que puedan andar.
Es más, sí ahondamos en eso. Es siempre la queja entre los victorenses que el transporte urbano es pésimo, lento, inseguro, huele feo porque está mal ventilado y encima de todo es carísimo. Y la razón de que sea caro no es (obviamente) por un lujo, sino por una necesidad. Los concesionarios necesitan de esas tarifas altas para poder subsanar poco a poco los desperfectos de sus unidades y aparte sacar un pesito que puedan llevar a casa.
Así, la prerrogativa cambia: ¿Por qué pedir una reducción inmediata a las tarifas cuando se puede exigir un reemplazo inmediato de todas las unidades por unas nuevas, más modernas, con aire acondicionado y un aromatizante de pinito? Con nuevas unidades de transporte urbano, las tarifas caerían por si solas. Ahora, la cosa estaría en ese escenario utópico en no ser ingratos y dejar que vuelvan a quedar tan maltrechas como lo están ahora.
Y, como siempre, eso conlleva un gasto, en este caso enorme: Cada microbús cuesta arriba de los 800 mil pesos y se requieren por lo menos 60 unidades nuevas en Victoria.
¿De dónde se sacaría ese dinero? No de las arcas municipales, pues las concesiones de ruta son privadas, pero al mismo tiempo ofrecen un servicio público. ¿Y si se implementara un programa de transporte público subvencionado? Es una opción, de muchas.
Por ahora lo más viable es que los concesionarios pidan al Gobernador Electo que les eche una mano (y no un cuerno) con sus unidades motrices.
En un tema relacionado, no con los microbuses ni mucho menos con los cuernos, entró este viernes un nuevo “gasolinazo”; un incremento de 24 centavos al precio del combustible Magna y 34 al precio del carburante Premium. El Diesel, milagrosamente, se mantiene sin cambios.
La Coparmex, por medio de su presidente Fidel Gallardo Aguilar, estableció que (¡oh, sorpresa!) este incremento va a golpear con tubo a la iniciativa privada y el sector empresarial, dos ramos que se han engrosado al punto de mantener a flote una gran parte de la economía tamaulipeca.
Si ambas encarecen, caerá con ellas el flujo económico estatal. Para empezar, el precio a los alimentos de la canasta básica ya vieron su incremento inicial. Vendrá después, naturalmente, el incremento a los bienes y servicios, productos materiales, de construcción, de mantenimiento… Todo es un efecto dominó a partir de aquí.
Analicemos el siguiente supuesto: A uno le cuesta diez pesos (Tomen nota, Agustín Carstens y Luis Videgaray) comprar una ración de comida para un día. Al que le vende este producto, le cuesta nueve y le suma un peso para hacer ganancia en su tiendita.
Al productor de esta ración le cuesta seis pesos preparar cada una y tres por enviarlo a la dichosa tiendita. Pero un buen día, el proveedor le dice al productor: “¿Sabes qué? La cosa está dura, más dura que tus verduras (sin albur), la gasolina subió. Ahora te va a costar cuatro pesos enviar tu producto.”
Al grito de “no la chifles”, el productor accede y vende su producto, que ahora le cuesta más caro vender (es decir, que saca una menor ganancia) y al de la tiendita no le queda de otra sino subir el precio de la ración para poder sacar una ganancia de qué subsistir. De manera que, lo que come uno al día pasa de costar diez pesos a 12 pesos.
Aquí el remate: Ganas diez pesos al día. ¿Dudas?
Adendum: Donald Trump, ese simpático gringuito que podría ganar la presidencia por el mérito de ser un tremendo hocicón, aseguró a sus simpatizantes que México podría lanzar un ataque militar masivo en cualquier momento a Estados Unidos. La idea de declarar la guerra al norte es absurda; ellos ya están en guerra consigo mismos. Y a diferencia de los yankis, los mexicanos no atacamos a un enemigo que no puede defenderse.
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