Dicen que la profesión del educador contribuye más al futuro de la sociedad que cualquier otra profesión, y lo recordamos a unos días de haberse celebrado el Día del Maestro, y la Maestra.
¿Quién no recuerda a sus maestros?
En Matamoros, en mi infancia, un activísimo Sergio Mario Garza Medina, director de la primaria Adolfo López Mateos, recibió la queja de un airado padre de familia (el mío) porque la maestra Juanita de primer año, pellizcaba a las niñas y niños cuando estaba impaciente y nerviosa, situación que pasaba un día sí, y otro también.
Garza Medina, le dijo a don Juan López Guillén que esa era una práctica regular pero que en su plantel no lo permitiría.
Años más tarde como reportera, entrevisté al profesor, como líder de la Coordinadora Nacional de los Trabajadores de la Educación (CNTE), el ala disidente del sindicato charro de Elba Esther Gordillo. Creo que nunca le di las gracias, porque supongo que como al mío, atendió y dio respuesta a muchísimos padres y madres preocupados.
También en la frontera, en la Secundaria Federal número 1, fue el lugar donde conocí a excelentes educadores: María de los Ángeles González, a quienes cariñosamente apodaban sus alumnos “La Güera” /”La Polla”, de esas maestras entregadas, profesionales, dedicadas en cuerpo y alma a la docencia. Impartía clases de Español y hasta a los que no les gustaba, motivaba a leer y aprender poesías de Neruda y Paz. Años más tarde el periódico El Bravo tuvo el gran acierto de contratarla como editora, quien nos corregía nuestras primeras notas con la misma paciencia que en el salón de clase.
En la preparatoria Ricardo Salazar Ceballos (1983-1985), el profesor Pedro Peña, enseñaba a los adolescentes los valores de la conciliación, el diálogo y la sana competencia, tan necesarios en la elección de dirigencias. Si todos hubiésemos tenido un maestro así, creo que otro país tendríamos.
Mención especial la tiene el Gran Maestro, Andrés Cuéllar Cuéllar, y no porque me haya dado clases de historia, sino porque cada conversación, entrevista o plática comparte lo que ha leído, aprendido y visto. Sin lugar a dudas, el director del Archivo Municipal es una de las persona más sensibles y cultas que he conocido en Tamaulipas. Cuando pienso en Andrés Cuéllar recuerdo aquello de que el maestro deja una huella para la eternidad y nunca se puede saber cuándo se detiene su influencia.
En Ciudad Victoria, hay una maestra como muy pocas, Rocío Mata González, directora de la primaria Melchor Ocampo del ejido Santa Rosa, ubicada por la Carretera Interejidal. La escuela se erige como un oasis en medio de la aridez de la zona y la tierra suelta, sin embargo el cuidado de sus instalaciones, la limpieza y el orden se respira por doquier. En el 2006 la entrevisté y el lugar parecía una escuela privada: con aire acondicionado, mobiliario reluciente y cuidado, además de una computadora con internet para los pequeños.
En ese lugar da gusto aprender, al grado que las inasistencias son mínimas, porque el plantel es un bello lugar y los maestros imparten una educación casi personalizada y cercana.
Dicen que la mayoría de la gente no tiene más de cinco o seis personas que los recuerdan. Creo que en el caso de las y los maestros tienen miles de personas que les recuerdan por el resto de sus vidas.