Algunos dirán que falta mucho tiempo para el 2027, pero la realidad es que desde ahora, en el horizonte político de Tamaulipas se asoma una tormenta de ambiciones. Morena, el partido en el poder, se prepara para enfrentar una disputa interna que promete ser cruenta, silenciosa en la superficie pero incendiaria en sus entrañas.
La disputa no es por cualquier cosa: se trata de las candidaturas a las presidencias municipales, un botín político que atrae a todo aquel que se siente con “derecho de sangre” dentro de la 4T tamaulipeca.
El epicentro de este choque de egos se ubica en el Congreso del Estado. Ahí, en la 66 legislatura, la bancada mayoritaria de Morena guarda en sus filas a varios diputados que desde ahora sueñan, despiertos y en voz baja, con convertirse en alcaldes de sus municipios.
El problema es que los sueños son muchos, pero las candidaturas muy pocas. Y cuando la cobija no alcanza para cubrir a todos, lo que sigue es el frío de la inconformidad.
Reynosa es, sin duda, la joya de la corona. En esa ciudad, bastión electoral de la frontera, hay no menos de cuatro legisladores morenistas que ya se ven en la silla que hoy ocupa Carlos Peña Ortiz. Ninguno parece dispuesto a ceder terreno.
Altamira tampoco canta mal las rancheras. Ahí también hay más de un diputado que busca el pase automático hacia la alcaldía, como si la curul fuera solo un trampolín en la escalera del poder.
Y así, hay otros municipios gobernados por Morena donde la pelea interna amenaza con fracturar las filas guindas. Municipios clave, donde Morena no puede darse el lujo de perder cohesión.
El riesgo es evidente: demasiados aspirantes para tan pocas posiciones. Y en política, como en la vida, quien se queda sin premio suele marcharse resentido, dispuesto a cobrarse la factura en otro terreno.
Lo que hoy parece una simple efervescencia de ambiciones puede transformarse mañana en un conflicto abierto, capaz de dejar heridas que no cicatrizan fácilmente.
Los jerarcas del partido lo saben, o al menos deberían saberlo. Si no están previendo el choque que se avecina, Morena corre el riesgo de sufrir una fractura interna que, llegado el 2027, podría costarle caro.
En los pasillos del Congreso ya se percibe esa pugna silenciosa. Miradas, roces, declaraciones disfrazadas de “opiniones personales”, todo apunta a un hervidero contenido que en cualquier momento puede estallar.
El fuego amigo será inevitable. Las campañas internas suelen ser más despiadadas que las externas, porque no se libra contra un adversario ideológico, sino contra quien se considera un compañero de lucha.
Los diputados creen tener méritos de sobra. Unos alegan trabajo de gestión; otros, lealtad política; algunos más, supuesta cercanía con el gobernador. Todos sienten que la candidatura les pertenece por derecho natural.
Pero el partido no podrá dar gusto a todos. La aritmética es cruel: 43 ayuntamientos estarán en juego, y son decenas los que se sienten con las credenciales suficientes para competir.
El malestar será inevitable. Y Morena deberá decidir si asume el costo de dejar heridos en el camino o si encuentra una fórmula mágica para repartir candidaturas sin provocar deserciones.
En el 2027 Tamaulipas elegirá 43 alcaldías y 36 diputaciones locales. Un terreno fértil para que los inconformes intenten ajustar cuentas.
Y lo más delicado: esa fractura que se avizora en 2027 puede ser todavía más perjudicial porque en 2028 los tamaulipecos iremos a las urnas a elegir un nuevo gobernador.
Hoy la oposición parece un cero a la izquierda, desarticulada y sin liderazgo. Pero en política las coyunturas cambian en un abrir y cerrar de ojos, y cualquier fisura interna de Morena podría convertirse en la tabla de salvación de sus adversarios.
Por eso, el reto para el partido guinda no es solo administrar las candidaturas de 2027, sino construir desde ahora la unidad necesaria para no hipotecar la gubernatura de 2028. Si no lo entienden a tiempo, la hoguera de las vanidades puede terminar consumiéndolos.
ASI ANDAN LAS COSAS.
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