Por: Itzchel Moreno M
¿Qué mujer no ha cobrado venganza con su cabello por el mal de amor?…
Cuando se tienen dudas; la despuntada, cuando es un enojo fuerte; el cambio drástico de tinte y cuando de plano llegó la depresión; te lo cortas, como si con ello quisieras acabar con esos remanentes de sentimiento por aquel a quien siempre llamamos “el innombrable”, “la monserga”, “la basura”… y todo porque nos duele, porque todavía le amamos.
Lo único que sucedió es que él decidió otra cosa y deberíamos afrontarlo respetando su decisión, pero es difícil, porque el amor siempre significa riesgos, entre ellos el riesgo de perder o de aceptar, simplemente aceptar que él o ella, dada la modernidad de los tiempos, tiene otros planes.
Por fortuna ahí están siempre las estéticas, los salones de belleza, donde hay un ser que anatómicamente es masculino, pero cuyo corazón vibra al cien como nosotras y nos entiende.
Hagamos memoria… ¿cuántas confesiones haz hecho en el salón de belleza?…
Una vez escuche a una mujer que orgullosa se colocaba las extensiones para salir el sábado en la noche y decía con voz envidiable: “cuántas satisfacciones me han dado”…
Uff, ¡FD!, dicen los chicos… casi salía corriendo en busca de unas largas mechas de cabello natural, como si se trata de aspirinas que mitigaban el mal de amor.
En otra ocasión, fui testigo de la seguridad femenina, que no depende del súper cuerpazo, ni la cara bonita, sino de la seguridad en ti misma, del empoderamiento de la mujer para decidir sobre su vida y sus sentimientos.
Decidir que quiero a futuro, hasta donde arriesgo y con quién…
En el salón de belleza hoy día se compra desde el incienso del kamasutra, hasta una nueva identidad. Pero ¡aguas!, cuando sales pelona o cuando deseas exterminar las caricias que aún te duelen…
Adviértele a tu estilista que cuando pidas el corte más exagerado que no te harías en tus cinco sentidos,! te detenga!, porque en eso acabas hasta con tu propia fuerza, que será útil para salir de la depre.
Haz un contrato, contigo misma y no permitas que ese sufrimiento dure más de tres días, enciérrate a vivir el dolor, si le consideras necesario, llora, no te bañes, si tampoco te apetece, en ocasiones sirve para fermentar el dolor y ese aroma a él que arrancaras de tus entrañas…
Porque simplemente también es sano.
En la tarde del tercer día, arréglate. Ya puedes salir a la calle, ya eres la mariposa que sufre para salir del capullo, pero la que a base de dolor fortaleció sus alas y ahora estas lista para llegar más lejos.