Por: Itzchel Moreno
Llegó una de tantas veces a la casa consintió a todos con el “mega desayuno” en los días que venía a trabajar, luego se cambiaba y comenzaba sus deberes.
Era la señora de la casa, decían las mujeres que le contrataban para apoyar con el servicio doméstico. Algunas casas pagaban bien, en otras era mayor el trabajo que lo que recibía, sin embargo, ella elegía y siempre se quedaba donde le trataban mejor.
Se quedaba sola esperando a que todos regresaran y se sentaba a la mesa para comer. Siempre sonreía pero hablaba de sus tristezas en casa, de las infidelidades y las continuas resacas del marido.
Un hombre al que pocas veces soportaba, por quien ya no sentía amor, pero el padre de los hijos que le obligaban a seguir a su lado, pese a las malas condiciones de vida que les había otorgado como familia y a pesar de que ellos ya no vivían en su hogar.
Muchas veces le pidió a alguna de las señoras donde trabajaba se hiciera pasar como una abogada para que al menos “El hombre”, como ella le decía, dejara de molestar algunos meses.
¡Ah, porque tampoco tenía el valor para demandar!, luego que será de mí, decía con insistencia y comenzaba a pensar que el sitio donde vivía era de su suegra, que los hijos le reprocharían y que para colmo, su salud ya no era como antes.
Pero en realidad era una mujer de apenas 40 años, con todo un mundo de recuerdos que le hacían llorar en ocasiones cuando trapeaba el piso y cuando cocinaba.
Tenía el instinto maternal al tope, porque cuidaba y consentía a todos los niños que llegaban a la casa.
Luego parecía un diario abierto y sabía todas las cosas de cada uno de los integrantes de la familia, sin embargo, a nadie le contaba nada.
Y tomaba para cada uno las medidas que ella consideraba necesarias…
Una vez lavo a parte la camisa de un señor para evitar los conflictos matrimoniales, en otra ocasión no reveló las angustias de la señora de la casa por dinero e iba y empeñaba las joyas con su credencial de IFE para que alguien le pagara.
Escondió los cuchillos y medicamentos cuando se enteró que una de las niñas andaba con ganas de desaparecer del mundo y visitó a escondidas a otra de las niñas cuando los padres se opusieron a la boda por un embarazo.
Al finalizar el día ella acababa siempre con los mismos dolores de espalda por el trabajo de ir y venir a varias casas… Su única diversión eran las novelas de la noche y esperar la navidad como la fiesta anual para cenar con su familia como si la tristeza no le carcomiera todo el año.
Siempre que veía una embarazada recordaba que perdió un bebé porque “el hombre”, cayó sobre ella, al llegar en alarmante estado de ebriedad a su casa.
A veces quería ser otra y se notaba que quería ser libre…
Ella era una más de las empleadas domésticas que sacan a diario el trabajo de casa, de las mujeres profesionistas mexicanas.
Y es México, el lugar que el resto de los países latinos considera con mayor retraso en el reconocimiento a su valor como trabajador.
Sus servicios ya se encuentran en la Ley Federal del Trabajo reformada en el año 2012, y en capítulo trece, establece que son para todos aquellos trabajadores que se quedan en el hogar con un descanso de nueve horas nocturnas y tres en sus servicios de la mañana y la tarde y otras disposiciones, además de lo pactado con el empleador.
Este 30 de marzo fue el dia de la empleada doméstica, ¿valoró usted la presencia de esa mujer el día de hoy?…