(Agencia)
Ciudad de México.- De acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), alrededor del 33 por ciento de la tierra del planeta está altamente degradada y otro 44 por ciento está ligeramente o moderadamente degradado debido a la erosión, la salinización, la compactación y la contaminación química de los suelos.
Con el objetivo de hacer visible la preocupación por los suelos, así como su papel clave en el mantenimiento de los ecosistemas y de la seguridad alimentaria, la ONU declaró el 2015 como el Año Internacional de los Suelos. Alimentar a los 9 mil millones de seres humanos que poblarán la Tierra en 2050 de manera sustentable es uno de los mayores retos que enfrenta el hombre, si bien se calcula que aumentará la demanda de alimentos, piensos y fibras, en un 60 por ciento.
En este panorama una nueva Revolución Verde —como el movimiento de proliferación agrícola encabezado por Norman Borlaug, Premio Nobel de la Paz— en detrimento del medio ambiente no es una opción. No obstante, la investigación científica continúa siendo una de las bases para resolver un problema doble: alimentar a la población y no degradar los suelos, base de los ecosistemas.
“Actualmente, se busca una agricultura más amigable con el medio ambiente, que utilice menos pesticidas, menos fertilizantes y herbicidas químicos y tengan una alta producción mediante el uso de compuestos orgánicos que se encuentran de manera natural en el suelo o en el ambiente”, señala José López Bucio, investigador michoacano con cuyo equipo de colaboradores ha desarrollado diversas técnicas para optimizar el uso de nutrientes en plantas, así como su aplicación en el desarrollo de fertilizantes.
El investigador de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo investiga cómo se comunican las plantas con las poblaciones de microorganismos en el suelo y cómo participan los nutrientes en este “diálogo”, para así diseñar productos útiles en la agricultura, principalmente en suelos que son poco productivos, poco fértiles, deteriorados y, “por qué no, desarrollar productos para su uso en agricultura intensiva”.
El científico refiere en entrevista que el reto es enorme y no tendrá una rápida solución, pero los avances que se han realizado en su laboratorio, así como en otras instituciones del país y el mundo, son alentadoras.
Las plantas son los productores primarios de los ecosistemas y base de la base agricultura, puntualiza, y si bien la Revolución Verde desarrolló variedades mejoradas de trigo y fertilizantes, que mantuvieron la demanda de alimentos de la población durante décadas, también provocó el deterioro de los suelos, volviéndolos más salinos, ácidos y contaminados con metales.
“Estamos en un cuello de botella en un escenario de calentamiento global, donde la agricultura tiene un reto fundamental para los próximos años: seguir produciendo una gran cantidad de semillas en los mismos suelos agrícolas de hace 30 años, pero deteriorados, así como afrontar el cambio de temperatura, donde las estaciones ya no son predecibles y los tiempos de sequía se enciman con los de lluvia”. Este contexto es insoslayable, añade, para los investigadores que trabajan con plantas y del área agrícola y agropecuaria, quienes “deben llevar al extremo toda la tecnología disponible para mantener la producción”.
Para el científico, ganador del Premio de Investigación de la Academia Mexicana de Ciencias (AMC), aunque este panorama parece crítico, se ha generado conocimiento y nuevas alternativas de producción sostenible y sana de alimentos. “Pero el esfuerzo de los científicos no es suficiente, sino que se requieren además del trabajo de institucionales y financiamientos, así como conexiones con grupos de productores y empresarios. Los investigadores deberemos diseñar redes de trabajo y atacar el problema con infraestructura y jóvenes científicos que trabajen de cerca con los productores para que el conocimiento se transforme en frutos reales. Todo es un reto monumental”.