Por Itzchel Moreno
Alguna vez te has parado frente al espejo desnuda, sin pensar en el peso, las formas o los nombres que cada uno de nuestras delicadas partes posee, más allá de la herencia patriarcal impuesta.
Luego, puede invadirnos un sentimiento de culpa religiosa; cuando la catequesis hace eco en la memoria.
Y aunque el ser humano experimenta la espiritualidad desde el inicio de los tiempos, tampoco se divide de sus deseos, es más, estos carcomen y detienen el sueño de los hombres y mujeres con ganas contenidas.
A las mujeres nos han hecho creer que estamos ligadas al pecado, pues fue Eva, quien ofreció el fruto del bien y el mal a Adán, un hombre que analizando la historia no tuvo capacidad de raciocinio y simplemente mordió el fruto para condenar a la humanidad al sufrimiento terrenal.
Somos las mujeres la tentación y el origen de las guerras que narraba Homero.
Ahora somos con el vestir “la que busca”, “la que incita”, la que buscaba con la mirada una caricia.
Y es verdad somos sexuales, tenemos deseos, y nos gusta nuestro cuerpo, porque al ser libres de prejuicios nosotras mismas apagamos las ganas.
Sí, deseamos compartir esas caricias. A nosotras nos gusta decidir con quién, pues nuestra anatomía no hace necesaria una intromisión de fuerza fálica.
Basta que con suavidad yo me libere y decida descargar mis ganas en la cama.
Comprende hombre que por cultura has utilizado tú cuerpo como castigo o compensación, Por obediencia tu “herramienta corporal” me acariciaba, pero también me hería cuando me la negabas…
Y me rompía… me castigaba, cuando yo simplemente no tenía ganas.
Luego, quieres ver en mis labios las huellas de otros, encontrar su aroma, evaluar mi elasticidad, mi virginidad … y me mides.
Tu falo que marcó mi interior como cabeza de ganado, pierde fuerza.
Se echa a un costado, ya no puedes romper mis ansias.