Las mujeres de antes eran educadas para servir sólo a Dios y su rey, cuando acabaron las monarquías pienso que los hombres en masa deseaban continuar con la servidumbre y entonces nos hicieron pensar en el pasado que necesitábamos a un rey.
Formaron el cuento de princesas para soñar con el encuentro del príncipe, que acabaría siendo el rey de una vida.
A mí no me nace ser la princesa de un cuento de hadas, la idea no hace eco en mi interior.
Deseo ser la mujer libre, no la plebeya ni la cortesana, tan sólo la mujer que vive.
Un día me negué tanto a esas ideas femeninas que al conquistar la independencia me vi dependiendo de los hombres para comer porque no sabía cocinar.
Me observe trabajando a deshoras para encontrar la forma de que alguien limpiara el hogar.
Ahora sólo quiero estar para mí, sin compromisos maritales, ni obligaciones de mucama, quiero recordarme libre de mis gustos, quiero enamorarme y desencantarme, volver a creer y hasta llorar por la soledad en algún amanecer.
Pero al fin libre, sin diablos ni infiernos ni pesadillas…
Los hombres ya no pueden construir conceptos erróneos sobre la liberación femenina, porque las nuevas generaciones sólo reconocen individuos con sueños y pasiones.
La ventaja de vivir para contarla es disfrutar de un hombre que te ama con las manías y defectos.
Alguien que no pregunte cuánto durará, que no tenga la intención de conquistarme, sino que se lance a la aventura de hacerme su novia eterna.
Mi corazón estará a su lado tan sólo por no intentar cambiarme.
No quiero un rey, ni anhelo ser su dueña.