Cuando la vida muestra el rostro áspero del amor, el corazón y a veces hasta la piel adquieren una especie de dureza para las caricias, para corresponder las sinceras sonrisas.
La coraza en ocasiones casi indestructible aniquila también los sueños. Los buenos recuerdos aparecen de manera tímida e intermitente, de ser consciente del dolor el ser humano emprende la retirada y ambos, hombres o mujeres se orillan en el camino para suturar las heridas.
No creo que estamos hechos para vivir llorando ni soportando tristezas como magdalenas, pero vivir a fondo esos instantes permiten, quizá como diría Viktor Frankl, pasar a la segunda etapa, la apatía que mata hasta las emociones.
Avanzar en medio de ese dolor como intentando presionar para encontrar el amor sólo podría hacer que la depresión como avalancha jalara más de las emociones del camino,
Un espacio que inicia por la mañana aspirando la ausencia, no llega al mediodía intentando vivir del pasado, al contrario se nutre entre lo sórdido del entorno que poco a poco aniquila las reacciones normales del ser humano, nada de lo malo puede sorprender y lo bueno se convierte en un sinónimo de escepticismo.
¿Sería el existencialismo puro?
Automáticamente el cuerpo se aplica la anestesia emocional que también describe Frankl donde al ser humano nunca más podría importarle nada.
Pero una buena mañana aun cuando han pasado años en ese estado vegetativo los hombres y las mujeres han reparado el corazón…
Se sale a la luz en busca de la vida, pues ya ha pasado tanto tiempo desde aquel rayo de sol que se filtraba por la ventana y evocaba nostalgia.
Entonces se descubre que fue bueno el tiempo en soledad con uno mismo dentro de la coraza y sobreviviendo a la anestesia emocional.
No se fue la libido, sólo se durmió porque el entorno no le permite más futuro.
Un día terminan los monólogos y sin esperar surge el reencuentro… primero con uno mismo dispuesto a ser feliz y más tarde con el resto de los mortales que salen también del letargo restaurados de corazón para volver a amar.