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Ciudadd e México.- En el siglo XIX, la herbolaria maya y su medicina tradicional atajó el conocimiento traído de Europa para contrarrestar los brotes de cólera más importantes ocurridos en la península de Yucatán. Hubo un aprendizaje mutuo, aunque una de las partes sacaría un beneficio mejor.
Los médicos en Yucatán que regresaron de París, formados en la escuela que defendía las teorías sobre humores del cuerpo, se encontraron con una larga tradición maya que empleaba especies herbolarias, como el chile habanero y el epazote, para ciertos padecimientos. Fueron los curas quienes transmitieron el conocimiento de los pueblos a los médicos para así implementar métodos curativos, de prevención, salud publica e higiene.
Durante los grandes brotes de cólera de la región, en 1833 y 1853, se adaptaron las teorías humorales al contexto yucateco y se experimentó con las especies locales; así detectaron, por ejemplo, que para aliviar el dolor era más efectivo el chile habanero que el opio.
“Estas especies ya habían sido muy probadas e incorporadas a la medicina pública que, manejada desde el Estado, no vacilaban al utilizar ideas y recursos locales para incorporarlos a la botica europea de remedios”, señala Paola Peniche, investigadora del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS), unidad Peninsular, en Yucatán.
En entrevista, la científica social explica además que hubo un intercambio en la medicina de botica europea, donde los indígenas tuvieron acceso, aunque en menor medida, a medicamentos con opio y láudano para tratar el cólera.
La investigadora obtuvo el Premio de Investigación de la Academia Mexicana de Ciencias (AMC) 2014, en el área de humanidades, por sus estudios sobre los mayas donde ha combinado la etnografía e historia para comprender temas como su sobrevivencia, demografía y dinámica social.
Su más reciente investigación está enfocada a la historia de la medicina en este grupo indígena y revela este sincretismo y mezcla de conocimiento para combatir los brotes de cólera.
De acuerdo con la investigadora, este fenómeno fue muy importante en un momento donde aún se desconocía la existencia de microbios y el origen de muchas enfermedades. El cólera en la península gestó un movimiento higienista que cobraría más fuerza en la segunda mitad del siglo XIX, después de que el padecimiento se asoció con la pobreza, suciedad y hacinamiento.
“Sin conocer la existencia de los microbios, la necesidad de hacer más higiénicos los espacios fue latente para disminuir la extensión y fuerza del cólera, y la aplicación de medicamentos, locales y europeos, fue importante”.
Pero recalca que el problema de falta de higiene y brotes de la enfermedad era un problema mayor en las ciudades, puesto que las comunidades mayas, a diferencia de los colonizadores, eran muy limpias.
LAZOS SOCIALES. Los estudios en historia de la cultura y organización social maya de Peniche Moreno, que la hicieron merecedora al premio de la AMC, incluyen además los mecanismos de resistencia que han permitido a esta cultura prehispánica perdurar hasta nuestros días.
Una de las claves para afrontar los sistemas económicos y sociales que los explotaron, y buscó transformarlos culturalmente en la Colonia, fue la fortaleza de sus lazos sociales y reforzamiento de sus mecanismos de convivencia.
Ese capital cultural para enfrentar adversidad ha permitido a los mayas la construcción de su propio presente, puntualiza la investigadora. “No debemos verlos sólo como víctimas, sino como una organización social y cultural a la cual también debió adaptarse el sistema colonial, que no los avasalló, de lo contrario ya no existirían”. Esos lazos y características sociales aún son visibles en los mayas de hoy, acota.
Actualmente, la investigadora busca desarrollar un nuevo proyecto que vincule la investigación histórica que realiza con la memoria y la educación. Esto como resultado de una reflexión para saber cómo el conocimiento generado desde la investigación puede traducirse en beneficios para la sociedad contemporánea. Entre los objetivos se encuentra saber qué papel juega la historia en el presente y cómo se puede difundir y divulgar conocimiento a través de un proceso educativo y mejorar la convivencia social.
“La crisis multidimensional por la que atravesamos hoy en día me lleva a preguntar ¿para qué sirve mi trabajo y cómo puede reportar beneficios? Es lo que debemos buscar los científicos, porque una ciencia que no genere beneficios a la sociedad carece de sentido”.