Por Itzchel Moreno
Pocas veces se aprecia a las mujeres empoderadas, pero cuando lo hacen hasta a mí misma me da miedo, he imagino que pueden sentir los hombres indefensos.
El mejor escenario para apreciar el fenómeno social en la calle, creo que podría ser el vagón de mujeres en el metro del Distrito Federal.
Desde el año 2000, se establecieron los dos primeros vagones de cada tren en exclusiva para mujeres, esto ante las incesantes quejas rosas por viajar apretadas en el metro y además ser objeto de abusos y masturbaciones por roce, en el menor de los casos.
Sin embargo, en las mañanas cuando todos desean llegar puntuales al trabajo, existen los hombres que se aventuran y cruzan la línea directo al vagón de mujeres.
La acción, parece ser pecado pagado en la tierra, pues comienza escuchar a las mujeres empoderadas gritando que se baje, sufrirá la rudeza de algún policía y los empujones de ellas. Las mismas que en otro vagón con mirada sensible esperarían la amabilidad de un caballero.
Pero ser mujer en un vagón de mujeres tampoco te mantiene a salvo, tal parece que ahí suben todas las féminas que ya sufrieron agresiones y que ahora se cuidan de lo impredecible.
En lo personal, es el único sitio agresivo en la calle, que no es precisamente el término de un partido de futbol con pelea.
Empoderarse en sentirse fuerte y ellas saben que la autoridad las protege, por eso alzan la voz.
La vida en el terreno emocional pasa igual, sin pausas y sin prisas, pero los hombres empoderan a las mujeres con el matrimonio, porque así lo dictan los cánones de las buenas costumbres y después de ese contrato emocional, se gesta antes que un hijo, la sensación de propiedad.
Todo lo que ocurra alrededor y tenga el rostro de amenaza, será simplemente eso, una amenaza.
Pues ella ya se apodero de al menos un recurso que le genera confianza emocional, psicológica e incluso económica.
Sin embrago, las mujeres revolucionarias que pelearon por los derechos de la vida en rosa, es decir, los derechos de las mujeres. Lo hicieron pensando, seguramente en que nosotras empoderadas podríamos generar independencia emocional.
Pero aun cuando vengan nuevas generaciones que no logren comprender el concepto de empoderamiento, las que tienen camino andado deben enseñar con el respeto a la dignidad de sus congéneres, y ante todo determinar las decisiones personales.