Esperó treinta años desde su divorcio, y ahora, poco antes de cumplir los sesenta años de edad, cuando los psicólogos dicen que se llega a la tercera primavera ella decidió liberarse, no de otros, sino de sí misma, de los miedos que le hacían ocultarse e invirtió gran parte de su jubilación en reanimar el espíritu a través de la belleza.
Aquí no había remordimientos ni palabras que estorbaran en sus decisiones, sólo deseaba que el día que dejará esta tierra, pudiera partir satisfecha de sí misma, incluidas las bubis de silicón que recientemente estrenaba para lucir la figura de revista que se había comprado.
Afirma entre las amigas que no tiene suerte, pero el otro día cuando visitaba una tienda de materiales, de esos que sólo visitan hombres, un joven que aparentaba algunos cuarenta años, pasó una nota cerca de ella y le dijo: “Si no le causó conflicto márqueme, este es mi celular”…
Al escuchar esas palabras, Catalina, sintió que cruzaba de la cabeza a los pies un relámpago que hizo latir su corazón de manera acelerada.
Tomó el papel agradeciendo y se frenó por dentro, pensando que ella no era una asalta -cunas.
Se preguntaba porque no tenía el valor de Mina, que está a punto de contraer nupcias o el de Gloria que luego de rechazar a los hombres mientras su cuerpo era un caldo de hormonas en ebullición, esperaba a golpe de pecho con el rosario en mano, un buen marido.
Ahora que lo tiene, Gloria dice que por fin Dios escuchó sus oraciones.
Pero el resto de la familia no piensa lo mismo porque el hombre que ahora despierta en su cama, ha llegado para vivir sólo en algún lado, pues a los sesenta años no tenía hogar, era viudo y tenía mucha semejanza con los personajes que describe el Instituto Nacional de Geografía e Informática, que dice INEGI se casan para evitar la soledad.
Mina en cambio, la que no rezaba y caminaba por los pasillos ensimismada en sus conflictos económicos y con los hijos, ha recibido la petición de matrimonio, el anillo de compromiso y el amor de un profesor que sueña viajar con ella.
¿Por qué no puedo ser más europea?, se recriminaba Catalina, mientras pensaba que en otros países a diferencia de México podría vivir un romance, quizá con uno de esos hombres que ahora dejan su teléfono de un modo coqueto cerca de su mano.