A veces cuando veo las lágrimas de las mujeres rodar por las mejillas al revivir en televisión los pasajes que ocurrían en la vida amorosa de ellas en el siglo XIV, pienso que el vivir los sentimientos es igual de injusto para las actuales.
En aquellos años muchas mujeres paraban a lado de un hombre por la negociación del padre, de los hermanos mayores y siempre en beneficio hasta del reino menos del corazón.
Hoy pocas veces se escucha la voz del alma y acabamos de modo involuntario cediendo a la razón de todos, menos a la nuestra.
Y se sigue llorando igual por los rincones…
Y por las mismas responsabilidades que implica una relación ante la sociedad se siguen compromisos entre jóvenes, grandes y chicos sin amor…
Se es testigo aún en el siglo XXI de los pasos desganados por llegar al altar y de las mujeres que salen como Juana de Arco en la defensa de su varón.
Y en silencio todos somos testigos del desgarró de los sentimientos, de la letanía del dolor, del “Si hubiera sido antes”…
Buena iniciativa tenían en el año 2011 los legisladores de izquierda que buscaban matrimonios con vigencia de dos años para evitar lastimar a los involucrados.
Que fácil sería admitir a solas el fin del amor, o la civilidad de un segundo para emprender la retirada.
Y vivir en un mundo sin mascaras. Porque luego, con el tiempo, has de saber que enjuician más los que aún se duelen de los propios golpes y pareciera que por la dureza humana desean verte igual de herido.