Vestía un traje negro, que contrastaba con el blanco de su piel, su cabello estaba sostenido hacia atrás por una diadema en delicada pedrería de fantasía, lanzaba destellos aún en los pies con sus zapatillas color plata y llegó sedienta.
Quizá por costumbre y en una tarde calurosa pidió una cerveza, la bebió lentamente y al poco rato ya estaba un joven a su alrededor para bailar.
Se levantó y sin aspavientos se dejó llevar por la música.
A un costado había otra figura femenina, más recatada, incluso tímida, sus pestañas coqueteaban con el viento, ella las maneja bien y se notaba vulnerable en el interior.
Decía que quería estudiar, quizá alguna vez trabajar en algo distinto a una cantina, desea ser como los otros que visten formales y tienen un trabajo sin tanto disgusto.
La otra mujer, la mayor, ya estaba para entonces en los abrazos y los besos en el cuello, mientras la más joven se entristecía al contar los anhelos que cada vez veía más lejanos.
Una mujer, en ocasiones sin necesidad de compañía busca la abstracción para evitar el acercamiento masculino.
Pero ellas no estaban en esa posición, no sé si era real la necesidad de caricias o la correspondencia a sus acompañantes pero estaban dispuestas.
Más no la jovencita que además soñaba con su operación para cambiar de género…
Afuera de ese espacio invadido con música tropical, con destellos de fantasía y necesidades emocionales estaban también los hombres con la queja constante, la negación de una caricia en casa.
Hasta donde es capaz de llevarnos la necesidad de afecto cuando se combina la idiosincrasia, son mundos pequeños casi inexistentes que laten como los micromundos en la maceta del jardín.
Esa que ahora muestra la belleza de una mañana de verano con confusión matinal.