Vivo sola desde hace diez años. Disfruto la soledad, el despertar y estirarme en el magnífico silencio de mi habitación, sobretodo en fin de semana.
La mitad de mi cama está llena del estuche de lentes de sol, la sábana, el cargador del iphone, los ganchos con la ropa que no elegí algún día en la semana e incluso la plancha del cabello.
He perdido toda costumbre de convivencia humana, más entre dos seres que muchas veces están juntos “por amor”, yo, lo confieso, no sé de qué se trata ese sentimiento que aprisiona a otro ser humano, pero que al fin de cuentas es domesticado a temprana edad, sin conocer lo que hay del otro lado de la luna.
Vivir en soledad es platicar con uno mismo, valerte por ti cada mañana, soñar sólo para ti, vivir por ti… quizá un sentimiento egoísta, pero a fin de cuentas amor. Un amor que espero sea más popular en los próximos años porque a mis 38 en viernes por la tarde me topo en el súper a los compañeros de la universidad, ellos gorditos y ellas de rostro cansado. No voltean ni siquiera a verme, a veces creo que me confunden con las más jóvenes porque en la fila del súper mi carrito no posee cantidades industriales de leche, ni cereal mega endulzado, tampoco están los pañales de bebés ni chupones.
Me encuentro en la orilla del aro observando a todos en el interior a veces quiero posicionar la punta del pie, pero recuerdo que con frecuencia los seres humanos dañamos sin pensar, finalmente somos el depredador más inteligente del planeta tierra.
Y prefiero estar al margen…