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Home Mundo

Putin, Obama y el fantasma de los 37 días

Por Muro Politico / Redacción
octubre 16, 2015
Putin, Obama y el fantasma de los 37 días
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Ciudad de México.- El 28 de junio de 1914, Europa disfrutaba de una paz próspera; 37 días más tardes, las naciones europeas fueron a la guerra. En ese tiempo sólo un puñado de gente sabía qué estaba ocurriendo. Así comienza una miniserie de la BBC que narra desde el día en que un serbio prorruso asesinó en Sarajevo al archiduque de Austria hasta el 3 de agosto de ese verano, cuando Alemania y sus aliados del imperio Austro-Húngaro declararon la guerra a Francia y a Rusia. El epílogo de esa ficción histórica es desgarrador: en esas cinco semanas una cadena de errores desencadenó la I Guerra Mundial, que a su vez desencadenó la II Guerra Mundial, de nuevo por culpa de otro trágico error: la humillación de Alemania por parte de las potencias vencedoras.

Si hubiese funcionado la diplomacia y los protagonistas hubiesen escuchado a quien en la serie recordó que el “romanticismo de las Guerras Napoleónicas, con sus espadas y cañones artesanales, era cosa del pasado”, y que, tras medio siglo de revolución industrial, “lanzar millones de hombres contra millones de hombres con todo el acero que hemos sido capaces de producir”era un suicidio colectivo, a lo mejor podría haberse evitado la mayor matanza de la Historia.

Tropezar otra vez. Ha pasado apenas un siglo y un año desde esos 37 días y el tablero del ajedrez mundial vuelve a estremecerse, como si estuviésemos condenados a repetir una y otra vez la historia, por no aprender de los errores del pasado.

Igual de lejos que ese nefasto verano de 1914, parece estarlo el colapso de la URSS, a finales del siglo XX, y el cambio de milenio, que auguraba “el fin de la Historia”, como proclamó feliz Fukuyama. Pero esa nueva era de concordia, que propició el estallido de la “Primavera Árabe” en 2010 se estrelló en marzo de 2011 contra el muro sirio. En su interior, el presidente Bachar al Asad declaró la guerra al pueblo que se levantó contra su dictadura represora, y el Ejército, a diferencia de en Túnez o en Egipto, lo apoyó.

Las dos grandes potencias militares entendieron demasiado tarde la complejidad y la gravedad de la crisis siria y cuando reaccionaron no fue para unirse y precipitar el fin de la guerra, sino para mostrar sus juegos de intereses y sus diferencias. Si la cara es el espejo del alma, la de los presidentes de EU y Rusia, Barack Obama y Vladímir Putin, tras un encuentro en junio de 2013 para hablar de las crisis en Ucrania y Siria, es la de dos líderes mundiales que no se entienden y que incluso se detestan.

Bush y Putin mueven primero. Si hubiera que buscar el primer movimiento de ficha equivocado, el que condujo al actual clima de preguerra Fría ocurrió en 2008, cuando el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, firmó con sus homólogos de Polonia y República Checa un acuerdo para construir en sus territorios un escudo antimisiles, con la excusa de interceptar misiles que pudieran ser lanzados por Irán contra Europa.

Levantar un sofisticado sistema antimisiles en Polonia en vez de en Turquía, el país de la OTAN más cercano a Irán, no sólo fue humillante para Moscú, que dejó libres a los países del Pacto de Varsovia sin rechistar, sino un insulto a la inteligencia de cualquiera que se acerque a un mapa y vea que Polonia es el punto más cercano de la Alianza Atlántica a Moscú y no a Teherán. Por algo similar—los misiles soviéticos en Cuba—, el presidente John F. Kennedy amenazó con declarar la guerra a la URSS si Nikita Jruchev no los retiraba, como finalmente hizo.

El presidente Vladímir Putin decidió mover ficha, pero no se arriesgó a una jugada directa, sino que probó por la periferia sur de su antiguo imperio, apoyando la guerra de los separatistas prorrusos de Osetia del sur y Abjasia, que desde 2008 son “de facto” independientes de Georgia.

Obama se queda quieto. En enero de 2009, el demócrata Barack Obama llegó a la Casa Blanca con la crisis georgiana caliente, pero no movió ficha. Dejó que Putin se saliese con la suya, cuando podría haber negociado mover el escudo antimisiles lejos de Rusia, a cambio de devolver a Georgia los territorios que les quitó el Kremlin.

La inacción del presidente de EU animó al ruso a realizar otros dos movimientos. Primero desplegó misiles apuntando a Europa; y el más audaz: convirtió los inmensos yacimientos de gas en un arma de guerra para chantajear a Europa y poner de nuevo en la órbita de Moscú a sus antiguos satélites. De las tres grandes ex repúblicas de la URSS, Bielorrusia y Kazajstán se aliaron de inmediato, pero se resistía la más poblada, la más estratégica y la más rusa de todas: Ucrania.

Las dos Ucranias. Putin logró que en 2009 los ucranianos se olvidasen de la fallida Revolución Naranja y votasen presidente a su aliado VíktorYanúkovich, con dos promesas: gas barato para arrancar la economía del país, golpeada por la recesión mundial, y permitir un acuerdo comercial con la Unión Europea. Pero cuando el presidente ucraniano iba a firmar con los europeos, Putin volvió a mover ficha y lo convenció para que mejor firmase una alianza con Moscú, como así hizo el 20 de noviembre de 2013. Un día después estalló la Revolución del Euromaidán, como se conoce a la revuelta en Kiev de los prorrusos que se sintieron traicionados y que se radicalizó de forma peligrosa. El 21 de enero de 2014, Yanúkovich y la oposición acordaron nuevas elecciones, pero la turba exigía su caída, que ocurrió en la madrugada del 22 de enero. Los proeuropeos triunfaron, pero otra mala decisión, tomada en Washington, precipitó la actual guerra civil.

Obama se negó de nuevo a mover ficha. En vez de forzar a sus amigos del Euromaidán para que los extremistas no tomaran venganza de la minoría rusa ucraniana, permitió que se formase un gobierno interino antirruso, que fue la excusa perfecta de Putin para que moviera fichas. Las fuerzas rusas expulsaron a los ucranianos de Crimea, que se anexionó por aclamación popular a Rusia en marzo de 2014.

Como en Georgia, Putin volvió a violar la integridad territorial, alegando que Crimea fue un regalo de Stalin a Ucrania y que su población era rusa. Exultante, armó en secreto a la población rusoparlante del este de Ucrania para que declarase la guerra a Kiev y proclamasen la independencia “de facto”.

El dragón chino despierta. La anexión exprés de Crimea—que recordó peligrosamente a cuando Hitler se comió Checoslovaquia, con la excusa de que proteger a la minoría alemana— fue la línea roja que cruzó Putin. Obama firmó duras sanciones contra Rusia, a lo que Putin respondió con otro movimiento audaz: una alianza estratégica con China que garantizaba el suministro de gas siberiano al gigante asiático a cambio de dinero de la segunda economía del mundo para amortiguar el embargo occidental.

El gas ruso no sólo alimentó la “fábrica del mundo” sino que pareció recargar de combustible al dragón asiático y su ambición territorial, reivindicando islas en disputa con Japón, Filipinas y Corea del Sur, e incluso construyendo islas artificiales para levantar bases militares. Y todo, con el apoyo silencioso del inquilino del Kremlin.

No fue casualidad que en diciembre de 2014 la revista Time eligió al bajito ex agente del KGB como la persona más poderosa del mundo. Tanto se habló ese año de la caída del imperio americano que pocos se dieron cuenta de la jugada maestra que realizó Obama: Si Putin jugaba con el combustible, él también lo haría.

Es el fracking, estúpido. El temblor subterráneo en Dakota del Norte fue desde 2013 el vuelo de mariposa que llegó en forma de huracán a Rusia. Obama, tan sensible en otros temas medioambientales, no puso reparo en permitir el polémico fracking (fractura hidráulica de rocas ricas en esquistos) para extraer petróleo y gas. Estados Unidos pasó en pocos meses de ser importador de crudo a potencia mundial exportadora. Para mediados de 2014 el precio mundial del barril perdió la mitad de su valor. Obama se adelantaba en el tablero de la diplomacia debilitando seriamente no sólo a Rusia, sino a otros exportadores de petróleo aliados de Putin, como Venezuela e Irán. Tan débil quedó la economía de la República Islámica, golpeada después de años de sanciones por su programa nuclear, que la “diplomacia del fracking” convenció a los iraníes de la necesidad de firmar, como finalmente ocurrió en junio pasado, un acuerdo para no fabricar bombas a cambio de levantar las sanciones.

Invierno sirio. Lo que no formó parte de la negociación con Irán fue la cuestión siria. Era obvio que Irán, la gran potencia chiita, no iba a traicionar a su “hermano” chiita Bachar al Asad, en caso de que Washington hubiese puesto sobre la mesa de negociaciones que Irán obligase al “tirano de Damasco” a dejar el poder. Era lógico también que Rusia, otra de las potencias negociadoras, hubiese rechazado tal condición, ya que el presidente sirio es su aliado (no es casualidad que la única base militar rusa en el Mediterráneo esté en la costa siria).

Sin embargo, Obama dejó escapar la oportunidad de deshacerse de Al Asad hace dos años, sin necesidad de contar con el beneplácito de Moscú y Teherán y con el apoyo de la opinión pública mundial.

El 21 de agosto de 2013 un ataque químico contra un feudo rebelde de la oposición siria mató a 1,400 personas y dejó heridas a otras 3 mil. El mundo se horrorizó y Obama lanzó un ultimátum: si se comprueba que ese crimen de guerra fue obra de Bachar al Asad, Estados Unidos le declara la guerra. El 26 de septiembre, inspectores internacionales concluyen que el ataque procedió de la zona controlada por el régimen de Damasco. En paralelo, la ONU recuerda a las potencias, que el gobierno sirio esconde toneladas de armas químicas.

El 10 de septiembre, el Congreso de EU se dispone a autorizar una intervención militar para derrocar al criminal de guerra, pero, en el último segundo, Putin realiza un astuto movimiento de ficha: convence a Obama de que aborte su autorización para ir a la guerra, a cambio de obligar a su amigo Asad a que entregue a la ONU todo su armamento químico.

21 días de verano. Al igual que en los 37 días de verano de 1914, en 21 días del verano de 2013 los líderes de las dos potencias jugaron de la peor manera en el tablero del ajedrez mundial. Las consecuencias de este doble error la estamos pagando ahora: miles de opositores al régimen, en venganza por haber sido abandonados a su suerte por EU, se unieron a los terroristas de Al Qaeda y el Estado Islámico, cuyo salvajismo, sumado al del régimen, causó la mayor crisis de refugiados desde la II Guerra Mundial, y obligó finalmente a Estados Unidos y luego Rusia a entrar en la guerra siria, aunque cada uno atacando según sus propios intereses.

Un siglo después, las malas jugadas sobre el tablero se repiten peligrosamente, pero hay todavía espacio para más movimientos de ficha. En manos de Obama y Putin está que ambos corrijan sus estrategias equivocadas y se den cuenta que la única manera de acabar con la guerra en Siria es unirse y juntos forzar una solución negociada de las partes enfrentadas, aunque difícilmente se conseguirá si previamente no se convence al ruso de que su aliado Al Asad es un criminal de guerra y es prescindible.

Está en juego que el mundo no se divida de nuevo en dos bloques, preludio de una II Guerra Fría de la que sólo saldría beneficiado el yihadismo y su ambición de expandir por el mundo su califato del terror.

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