Cuando Barack Obama fue electo presidente de Estados Unidos en 2008, hubo optimistas referencias a la primera presidencia postracial y al progreso social del país. Ocho años después, hay muchas razones para poner esos sentimientos en duda.
Donald Trump, el virtual candidato presidencial republicano, sería tal vez el argumento más visible en contra de la idea de que la presidencia de Obama hubiera marginado definitivamente el racismo en EU. De hecho, dicen algunos, más bien lo reencendió.
Vivimos a través de un periodo de reacción, no sólo respecto a la persona de Obama, sino a la ‘morenización’ de Estados Unidos”, comentó Mark Potok, investigador del Centro Sureño por la Pobreza y la Ley (SPLC), un organismo antirracista.
De acuerdo con la publicación electrónica Slate, los mayores niveles de respaldo a Trump se dan entre votantes blancos con los mayores niveles de resentimiento racial.
En ese marco, no es sorpresa que, de acuerdo con una encuesta divulgada el 27 de junio por el Centro Pew, el 32 por ciento de todos los blancos crean que Obama ha empeorado las relaciones entre las razas. Ese porcentaje es empujado por 63 por ciento de los republicanos que opinan que la presencia de Obama empeoró la situación interracial.
En contraste, sólo cinco por ciento de los demócratas blancos compartió esa opinión. La misma muestra que 28 por ciento de los estadunidenses piensa que el mandatario progresó en la mejoría de las relaciones raciales y 24 por ciento que trató, pero falló.
Entre los negros, 51 por ciento considera que Obama ha tenido logros, pero el resentimiento también está presente entre ellos, como reacción a la forma en que los blancos tratan a Obama y la aparente licencia para hacer referencias insultantes a los
negros, en general.
La prensa estadunidense ha publicado una plétora de reportajes sobre lo que los negros consideran como faltas de respeto hacia Obama, que sienten como en carne propia: “Si así piensan de él, ¿como pensarán de mí?”, se preguntó Linyette Richardson-Hall, una pequeña empresaria negra de Baltimore, entrevistada por la cadena CNN.
Internet está llena de mensajes o de memes que describen a Obama como “racista” o como “primate en jefe”, y ésos son de los menos insultantes.
Para algunos, es una reacción a cambios mayores, representados en buena medida por el propio Obama.
“En una nación formada y definida por una rígida jerarquía racial, su elección fue un evento radical, en el que un hombre de una de las más bajas castas sociales ascendió a la cumbre de su paisaje político”, señaló Jamelle Bouie, periodista de Slate, al recordar que una razón del triunfo de Obama fue el enorme apoyo de una coalición formada por votantes de minorías étnicas, asiáticos y latinos.
Pero ese significativo triunfo de las minorías fue un choque “para millones de estadunidenses blancos que no estaban sintonizados con la creciente diversidad y el cosmopolitismo en el país”, anotó.
Peor aún, agregó, la elección de Obama y el estancamiento económico del país desde los primeros años del sigo XXI, “parecieron señalar el final de una jerarquía que siempre había colocado a los estadunidenses blancos en la cima, y les daba estatus social, aunque no entregara beneficios materiales”.
De hecho, una encuesta publicada poco antes de las elecciones de 2012 por la agencia Associated Press consignaba que 56 por ciento de los estadunidenses albergaba algún sentimiento anti-negro, “lo reconozcan o no”. Y los sentimientos antihispanos alcanzaban el 57 por ciento, según la encuesta publicada el 27 de octubre de ese año.
La muestra encontró que “en total, 51 por ciento de los estadunidenses expresaron en 2012 explícitas actitudes anti-negras, comparadas con 48 por ciento en una encuesta similar en 2008. Cuando se mide por una prueba de actitudes raciales implícitas, el número de estadunidenses con sentimientos antinegros pasó a 56 por ciento, de 49 por ciento en la última elección presidencial”.
Esa situación no mejoró en los años posteriores. Si acaso, se amplió no sólo a los hispanos y en especial los inmigrantes indocumentados sino también a musulmanes y en alguna medida a asiáticos.
Para muchos blancos, la percepción es que los inmigrantes no sólo son los autores de una ola de crímenes, sino acarrean enfermedades y no se integran a lo que se define como un país cristiano y blanco.
Una encuesta del Public Religion Research Institute (PRRI-Instituto de Investigación de Religión Pública) señaló en noviembre pasado que 43 por ciento de los estadunidenses piensa que “la discriminación contra los blancos se ha convertido en un problema tan grande como la discriminación contra los negros y otros grupos minoritarios”.
Peor aún, en un libro por aparecer este mes, el director del PRRI, Robert P. Jones, destaca que las mayores controversias actuales en Estados Unidos son comprensibles.
“La visceral naturaleza de los más acalorados temas actuales —los vociferantes argumentos respecto al matrimonio entre personas del mismo sexo y libertad religiosa, el ascenso de los ‘partidos del té’ tras la elección de nuestro primer presidente negro y el duro desacuerdo entre estadunidenses blancos y negros sobre la imparcialidad del sistema criminal de justicia— sólo puede comprenderse contra el fondo de las ansiedades de los cristianos blancos mientras la topografía racial y religiosa cambia a su alrededor”.
Según el PRRI, a partir de 2016 los integrantes de Estados Unidos cristianos y blancos “carecerán del poder político que una vez tuvieron para imponer los términos del debate sobre valores y morales y para determinar los resultados de las elecciones”.
Pero eso no quiere decir que como grupo vayan a aceptar graciosamente su pérdida de poder.
De hecho, si Obama fue el gatillo Trump aparece como la mayor expresión hasta ahora del descontento de los blancos, conscientes ya de que de ser la mayoría pasarán a ser la principal minoría.
Trump advirtió el semanario New York, “ha alcanzado su enorme popularidad entre republicanos al recurrir a su penetrante sentimiento de victimización racial” y precisar que, para ese grupo, Obama es un hábil manipulador de tensiones raciales.
Obama indica, por ejemplo, un argumento planteado por Ben Shapiro, un partidario de Trump, “ha usado el tribalismo para incrementar su propio poder”, al conjuntar una coalición hecha por grupos étnicos minoritarios “sabía que podía maximizar el poder del gobierno para actuar en su nombre”.
Esa visión es parte también de los editoriales de The Wall Street Journal, que atribuye a los demócratas el solicitar votos negros con una cuestión de solidaridad racial. Pero la queja resuena también en otro ámbito: el electorado republicano es practicamente de raza blanca.