Por: Itzchel Moreno
Leer algunos relatos de Alice Munro, la mujer que llegó en 2013 para reivindicar el cuento corto, es reencontrarse con el rostro de muchas mujeres que callan el dolor, una sola de ellas al igual que los hombres pueden tener un relato de abuso, sacrificio, acoso o desamor.
La violencia en ocasiones dormita a nuestro costado, tiene un nombre, latidos y rostro…
Pocas veces ellas externan el llanto, pero el rostro pálido y su andar zigzagueante las delatan. Para entenderlas como dice Zenaida Osorio de la Universidad Nacional de Colombia, usted “Haga como que la violan, haga como que le pegan”.
Zenaida Osorio, llegó a generar ésta empatía por las mujeres encontrándose de frente con ellas en los periódicos, nada mejor que la nota roja, la sección de dolor, que la mayoría prefiere extraer antes de beber el café y antes de recordar que somos parte del mundo.
En las noticias se plasma a diario el dolor que no notamos en los vecinos, el dolor que no vemos en los postes por los ausentes y ahí están principalmente las mujeres.
Al final las únicas aliadas parecen las palabras que lograron articular por fin el mensaje de denuncia, la narración de los hechos y las consecuencias de los actos de sus agresores o de ellas mismas hartas del abuso.
Pero antes que esas mujeres llegarán a pensar en el suicidio, antes que los agresores fallaran, ellas padecieron y ahogaron sus gritos entre las almohadas…
Pudieron pasar años desde la infancia robada, años desde la soledad en la cama, meses de abandono…
Hasta la culpa que cargan algunas mujeres al no descubrir a tiempo una adicción en los hijos. Un tiempo que parece escaparse entre las horas de trabajo y el quehacer en la casa, el tiempo que lo dejamos en libertad viviendo su adolescencia…
El tiempo, simplemente el tiempo que no invertimos y que los años vinieron a exigir con desvelos, con olvido y sin demasiada felicidad.
El dolor ajeno llega a nuestras manos, a veces sólo le miras compadecido y te alejas, como si se tratara de un perro callejero, pero el dolor no se va, se queda esperando que alguien más le acaricie para seguirlo y que le alimenten.
Del dolor no se huye, se le confronta, le conoces bien el rostro y gritas, porque el 79.35 por ciento de las muertes de mujeres en México ocurrieron en su casa.