Por Itzchel Moreno
Cada vez que las noticias hablan del aseguramiento de migrantes, pienso en aquellos, los que dejaron pequeños países de El Salvador, Honduras, Nicaragua y Guatemala, donde hay mujeres llorando por la violencia, por la pobreza, por sus desgarres, la soledad y sus desaparecidos.
Mujeres que se han enfrentado a los sin nombre, aquellos varones que les lastiman por la escasa educación y las que sobreviven, impidiéndose a sí mismas pensar en la incertidumbre posterior, a la partida de un ser querido.
Las imagino despedazadas, con la tristeza guardada entre los senos.
Fingiéndose fuertes, el día en que les cansa, lo que parece ser el miserable plato de comida para los hijos.
Deciden partir…
Antes trepaban a la bestia y soportaban arriba no sólo la tristeza, sino el frío, largas hambrunas, violaciones y el sol…
Otras desde abajo vieron a los hijos trepar por las escaleras de los sueños y ahora la incertidumbre les mata. Muchas se unen a caravanas de madres con la esperanza de encontrar al menos una pista de los ausentes…
Porque se quedan así, sólo como ausentes…
Nadie tiene la certeza de su partida, no hay donde llorarles, ni siquiera una razón para hacerlo, sólo se les extraña.
Sé de algunas, que para sobrevivir buscan los arcanos, arman campamentos de sueños para ser las primeras en escuchar sus pasos de regreso.
Su mirada es opaca, parecen locas, dicen las demás… pero están más conscientes de la realidad, ellas no se engañan saben que uno no está.
O están encerradas sin sombra, sin sangre, esclavas de horas, de cuerpos, sin nada.
Las despierta el viento que se cuela en las rendijas de su casa con palma, las desvelan los hijos que les faltan…
Y lloran, de verdad que lloran cuando la vida se los arranca.