Por Jaime Luis Soto
Una calurosa mañana de junio, hace ya muchos años, el Maestro JORGE RODRIGUEZ TREVIÑO me soltó la pregunta sin anestesia.
- ¿Le gustaría ser reportero…?
Me quedé mudo por unos segundos. Cuando reaccioné, le respondí: “Sí, licenciado. Sí quiero ser reportero”.
Y sin más preámbulos me mandó a hacer lo que sería mi primera entrevista.
- Vaya y busque al Obispo, entrevístelo sobre el tema del celibato y los escándalos que están ocurriendo en la iglesia católica…
Salí de la redacción de El Gráfico. Me compré una libreta y una pluma en una papelería y me fui a buscar a ANTONIO GONZALEZ SANCHEZ.
El Obispo, increíblemente, fue muy accesible y respondió a mis preguntas.
Regresé al periódico, escribí la entrevista y en uno de esos diskettes, que ya casi nadie usa hoy, se la entregué al Director Editorial.
Al día siguiente vi mi trabajo publicado. La emoción fue intensa y cuando entré a la oficina del Maestro RODRÍGUEZ TREVIÑO solo me dijo.
- Muy bien. ¿Está listo para la siguiente entrevista…?
Tenía poco tiempo de haber entrado a El Gráfico como caricaturista. Pero el cartón diario lo hacía en menos de una hora así que me quedaba toda la mañana libre y aunque nunca le dije al Maestro que quería ser reportero, él lo adivinó.
Y durante casi 10 años estuve bajo sus órdenes haciendo entrevistas y reportajes, aparte del cartón diario. Muchas veces me corregía mis textos con seriedad y dureza.
Pero cuando acababa la jornada laboral, bajo la sombra de un huizache, en pleno convivio, se convertía en una persona muy bromista y amable.
No fueron pocas las ocasiones en que me regresó mi trabajo y simplemente me decía: “Vuélvalo a escribir”.
Fue entonces que descubrí que le gustaba el periodismo humano, los reportajes donde se reflejaran los sentimientos de las personas, los textos que hicieran reír o llorar al lector, según fuera el caso.
Siempre vestido de traje, el Maestro como jefe era muy estricto, pero como amigo era incomparable.
La última vez que lo vi, a principios de este mes de junio y a muy temprana hora, estaba en la barra de un muy concurrido restaurante ubicado a la salida a Matamoros.
Lo salude. Por supuesto, de haber sabido que en unos días dejaría de pertenecer a este mundo, le hubiera agradecido lo que me enseñó cuando fue mi jefe.
Ahí, en ese mismo restaurante, meses antes tuvimos una larguísima charla donde me narró muchas anécdotas de su carrera como periodista.
Yo estaba fascinado con lo que me platicaba.
Años antes, cuando ya no trabajabamos en la redacción de El Grafico, me lo encontré y me preguntó qué proyectos tenía.
- Estoy estudiando inglés en el CELLAP de la UAT, licenciado.
Cuando se lo conté, pensé que iba a decir alguna broma pero fue todo lo contrario, se levantó de la mesa y me felicitó poniendo su mano en mi hombro.
- ¡Excelente! Da gusto saber que amigos como usted busquen seguir aprendiendo.
El viernes se fue el Maestro.
Y la verdad, se le va a extrañar muchísimo…
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