A veces ella no tenía ganas ni de sentir cerca al hombre que había jurado ante Dios amar y respetar toda su vida.
Pero siempre ganaba él, llegaba a la cama aparentando que iba a dormir de inmediato y de pronto una mano invadía su cuerpo… era sólo un roce, pero cuando no se desea parece que se desliza sobre tu piel una rama con espinas.
Si no accedía ella a complacerlo, al otro día él se desquitaba en regaños con los niños… era todo igual, los gritos, el llanto le abrumaba más.
En el trabajo las mujeres de su edad no hablaban de sus intimidades… ella las veía y trataba de adivinar que ocurría en la alcoba de cada una.
Una vez se atrevió a hablarlo con su madre… pero esta por la educación sumisa sólo atinó a decir: “Es que cuando él quiera m´hija y no andes tu buscando si él no quiere no”, dijo su madre.
Pero cuando él quería aproximarse a ella con intención sexual, ella se sentía usada, maltratada, mal… al otro día todo era cansancio, pensaba en las formas absurdas en que él llegaba casi para vaciar su instinto.
Cuando ella llegó al matrimonio, “virgen”, cuidando la honra, como le instruyeron, pues decían que el himen era todo el valor de una mujer.
Aunque tampoco nombraban a esa membrana por su nombre, la palabra “himen”, no se mencionaba, se decía virgen quizá pensando en todas esas imágenes puritanas.
Al principio él le compró revistas para que aprendiera, luego se aburrió y le contaba historias mientras ella toleraba siempre el peso de su cuerpo entre las piernas, para entonces nada era semejante a lo que ella imaginaba antes de la boda.
Lo último que sugirió fue amarrarla, sin contar el día en que él intentó entrar por la ventana fingiendo que ella era una extraña.
Se sintió amenazada… utilizada hasta temblaba en su cama cada vez que escuchaba que era la hora en que él llegaba.
Nadie le había explicado que aún casada podía ser violada.