Una madre desesperada por el llanto y las peleas entre sus tres hijas menores de seis años de edad, tomó el biberón de la más pequeña y lo arrojó hacia un terreno deshabitado que había a espaldas de su hogar.
Las tres niñas detectaron el coraje de la madre, no pelearon con necedad por mucho tiempo y la menor dejó el biberón sin ningún alegato.
Situaciones similares las pude vivir cualquier madre, algunas van al extremo, pero no estamos para juzgar, sino para hablar de la maternidad, esa palabra que impone la sociedad y que obliga a las mujeres en muchos casos a llevar una tarea que simplemente no le gusto.
Así de simple, como viajar a un lugar y cuya estancia no disfrutas.
La sociedad presiona para casarte, para tener hijos y para vivir en compañía huyendo de la soledad, te dicen que el reloj biológico llegará, pero eso no ocurre en muchas mujeres de hoy que dudan ser madres ante los cambios sociales y mayores niveles de información.
Y es que la maternidad, ese sentimiento que se le asocia a la mujer por género no es nato. Es un aprendizaje cultural, los primeros estudios de parentesco los hicieron unos antropólogos McLennan y Johann Jakob, ellos ubicaron en las mujeres los primeros lazos de parentesco, debido a que los hombres por naturaleza no podían identificar a sus hijos, debido a la promiscuidad, por tanto, sólo las mujeres estaban seguras de quién era su hijo y ahí radicaba su poder, luego le llamaron la ginecocracia, el gobierno de las mujeres, más tarde los matriarcados.
Pero esa sensación de protección no les corresponde sólo a ellas, se aprende, es un aprendizaje cultural, que si no se cultiva, no crece, no es consanguíneo.
Ahora las mujeres dudan de la maternidad, lo experimentan, porque los medios de comunicación ya no le sugieren a la mujer la única función de vida que le encomendaban a principios del siglo XX.
Por esa razón muchas mujeres de hoy, tienen sólo un hijo y dicen con valor: “quiero al que tengo, pero no me gusto ser madre”.
Las mujeres de hoy, como dice Inés Mancini, ya no están pensando propiamente en afectos, al menos no para otros, porque esos también se ligaban antes a la cultura y las relaciones consanguíneas.
La mujer independiente, con mayor nivel de educación, tiene otras metas y aun cuando han conocido la maternidad, tiene el derecho de manifestar su experiencia y decir: “No me gustó”.